José Eduardo Vidaurri Aréchiga
Cronista municipal de Guanajuato
Era el día 29 de julio de 1811 en Chihuahua…
“…No me tengas lastima, sé que es mi último día, mi última comida y eso tengo que disfrutarla; mañana ya no estaré aquí; creo que eso es lo mejor, ya estoy viejo y pronto mis achaques se van a comenzar a manifestar, prefiero morir así que en una cama de hospital…”
Así se expresaba Miguel Hidalgo y Costilla en el día previo al cumplimiento de su sentencia de muerte. Su delito fue el haber iniciado en septiembre de 1810 la rebelión contra el reino en busca de la conformación de una nación independiente.
Ese frenesí de libertad fue, en realidad, la llama que encendió la antorcha libertaria que logró sus objetivos después de 11 años con once días de lucha.
Su campaña militar fue breve pero eficiente, Miguel Hidalgo en compañía de Ignacio Allende, Juan Aldama, Mariano Jiménez y otros destacados insurgentes lograron incendiar el próspero Bajío, la región conspiradora en la que nació México.
La gente de los pueblos, villas y ciudades del Bajío se entregaron sin dudar a la lucha libertaria encabezada por don Miguel Hidalgo y los primeros caudillos que he referido.
Labradores, arrieros, jornaleros, peones, mineros, rancheros y hacendados, indígenas y criollos que conformaron el ejercito insurgente en la región y que lucharon contra la opresión del imperio que los mantuvo sometidos por espacio de 300 años.
Hidalgo el maestro que formó a la juventud de la región en su colegio en Valladolid, el párroco que enseñó las artes y los oficios a la gente de San Felipe y de Dolores, el Insurgente que tuvo el carisma, la capacidad para atraer y fascinar al pueblo para que buscara su libertad.
Hidalgo, luego de su arresto fue sometido a un denigrante doble proceso, uno eclesiástico que lo condenó a la degradación sacerdotal que se hizo de forma humillante. Luego de vestirlo de sotana, alzacuello y otros ornamentos, lo arrodillaron, le rasparon las manos y las yemas de los dedos despojándolo así de sus derechos sacramentales, luego se le cortó el pelo y quedó así degradado de su condición de sacerdote.
El segundo proceso, el militar, resultó largo, agobiante. Hidalgo no rehuso respuesta alguna, aunque si se mostró fastidiado y sin mucho ánimo de corregir o ampliar sus respuestas, su carácter era de una palabra. En todo Hidalgo asumió su responsabilidad en el levantamiento y por las muertes de europeos en Valladolid y en Guadalajara.
Declaró también que desde tiempo atrás estaba resuelto de adherirse al levantamiento. La Independencia le había parecido conveniente al país y luego reiteró que ese era su propósito. También pidió perdón por los excesos. Debe morir fue la sentencia.
Fue agradecido con sus carceleros a quienes escribió en las paredes de su celda dos sentidas poesías.
Llegó finalmente el día 30 de julio.
A las 6 de la mañana le sirvieron un desayuno de chocolate, y habiéndolo tomado, suplicó que en vez de agua le sirvieran leche la que tomó con gusto y apuro, ya lo esperaban 12 soldados y un oficial.
Le notificaron que era hora de ir al suplicio. Sin alterarse se levantó y marchó unos 15 o 20 pasos. Se detuvo para solicitar que le trajeran unos dulces que había dejado en sus almohadas.
Cuando se los dieron los repartió entre los mismos soldados que le dispararían a los que también alentó y confortó con su perdón y sus más dulces palabras, luego les dijo…
“…la mano derecha que pondré sobre mi pecho será, hijos míos, el blanco seguro a que habéis de dirigiros…”
Llegó hasta el banquillo y rezó con voz fuerte y fervorosa. Llevaba en sus manos un librito y un crucifijo.
Besó el cadalso, se sentó de frente y puso su mano sobre el corazón.
Fue atado al banquillo y se le vendaron los ojos.
Hizo fuego la primera fila, tres balas le dieron en el vientre y otra en un brazo que se le quebró y lo hizo torcerse de dolor y se le zafó la venda de la cabeza y dirigiendo sus ojos en los fusileros.
Se ordenó a la segunda fila que disparase y toda le dio en el vientre provocando que se le rodaran unas lágrimas muy gruesas.
La tercera fila disparó haciéndole pedazos el vientre y la espalda. Los soldados temblaban como unos azogados. Luego dos soldados le dispararon poniendo la boca de los cañones sobre su corazón y fue así con lo que se consiguió el fin.
Eran las 7:30 de la mañana de aquel 30 de julio de 1811.
Al poco tiempo su cadáver fue conducido a la plaza exterior para exhibirlo por unas horas. Luego introdujeron de nuevo al edificio y lo colocaron sobre un tablón en el que se le cercenó la cabeza.
Así fue el último día y la muerte del padre de la patria Don Miguel Hidalgo y Costilla. Hoy, con profundo respeto, honramos su memoria.
30 de julio de 2022. Aniversario 211 de la muerte de Miguel Hidalgo y Costilla.Relación de imágenes
1.- Hidalgo, Aldama, Allende y demás caudillos. Salvador Tarazona.CA. 1943. Colección del Palacio Nacional. (Fragmento).
2.- Alegoría de la Revolución. Miguel de la Sotarriva y Suárez. 1914. Biblioteca de Arte Mexicano. Ricardo Pérez Escamilla.