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viernes, julio 26, 2024

¡Déjenlo, para eso es mi marido!

Crónicas cotidianas
¡Déjenlo, para eso es mi marido!
Por Felipe Canchola González

Estrenábamos el edificio de El Heraldo de Irapuato, frente al desaparecido cine “Gaby”, luego de dejar nuestra vieja redacción de la calle Tresguerras… Ya llovió. Eran las horas “pico” de la edición cotidiana, cuando observé que, inusualmente, parte del personal comenzó a salir por la puerta principal.

La curiosidad hizo que dejara mi oficina para investigar lo que estaba ocurriendo. A dos cuadras de distancia, sobre la misma acera del bulevard Díaz Ordaz, venía una joven pareja que acaparaba la atención de los transeúntes: El hombre caminaba golpeando a la mujer.

En los rostros que presenciaban la escena había sorpresa, indignación y una ira aún reprimida. Asomaba todavía la duda de pasar indiferentes o intervenir para que cesara esa desmedida violencia.

El salvaje sujeto, de un tirón de cabellos, lanzó a la mujer al suelo y le propinó varios puntapiés. Ella se levantó dificultosamente, cuando fue atravesada por un bofetón que le hizo girar casi 180 grados. Los gritos, insultos, mentadas y amenazas de él, se escuchaban a los cuatro vientos.

Al pasar frente a nosotros, la indignada raza brava de nuestro rotativo cierra el paso de la pareja y le lanzan advertencias: ¡Ya déjala cabrón! ¡No seas maricón! ¡Qué poca madre la tuya! ¡O la sueltas o te madreamos a ti!

La mujer, con el rostro amoratado y sangriento levantó la voz y sentenció: ¡A ustedes qué les importa, pinches metiches! ¡Déjenlo, para eso es mi marido!

Este episodio me marcó. Viene a mi mente cada vez que pienso en el entorno social que vivimos, pues imagino al pueblo como esa mujer y al gobierno como su marido.

Parece que aún estamos en una sociedad con el “síndrome de la mujer maltratada” que, aunque cambie de pareja, repetirá su misma historia.

¡Ya basta! Es el grito nacional. Es el grito de un pueblo que se debate entre la violencia, el abuso la miseria y la injusticia. Un pueblo que vive en el autoengaño y la desesperación, creyendo que es “el marido” quien debe cambiar.

¿Cómo podemos cambiar? Con educación, educación y más educación.

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